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Relatos eróticos para todos

 

Esta vez no fue una corbata

 

Tenemos que hablar, me dijo el viernes por la mañana, necesito hacerte una proposición y no te puedes negar. Colgó.

Cuando escuché el mensaje pensé que las cosas no podían salir mejor. Me había pasado toda la semana pensando en cómo ejecutar aquello a lo que me había comprometido sin saber muy bien dónde me metía. No conocía a aquella mujer que me asaltó en medio de la calle, pero ella sí me conocía y su oferta era más que generosa, lo único que se me ocurrió es que a los números rojos de mi cuenta corriente les iba a cambiar el color por mucho tiempo, acepté tomar un café con ella y escucharla y, casi sin pensar en las consecuencias, llegamos a un acuerdo.

 

Entre copas

 

No me puedo creer que esté nervioso. Acabo de salir de la ducha y el sudor ya vuelve a correr por mi cuerpo sin ningún control, las palmas de las manos se me humedecen y apenas me puedo vestir. ¡Es increíble!

Siempre han dicho de mí que tengo la viva estampa de lo que se llama un chico malo, pero yo no lo creo, la verdad. Es cierto que suelo lucir un look bastante desaliñado: barba de un par de días pero cuidada, pelo corto y despeinado, cazadora de piel y vaqueros… nada que no lleve la mayoría de chicos de hoy en día. Prueba de que no soy un chico malo es, justamente, este instante de nervios que estoy viviendo por el hecho de quedar con una preciosidad. Pero bueno, os cuento desde el principio para que os hagáis una idea.

 

Amantes artificiales

 

He aprendido a deducir la hora que es por el tipo de sonidos que escucho cuando me despierto a media noche. No son siempre los mismos y tampoco es que siempre acierte, pero he llegado a conseguir un margen de error de más o menos veinte minutos.

Esto os lo cuento porque últimamente duermo muy poco, paso gran cantidad de la noche despierta, leyendo, o pensando en mis cosas, que, desde hace una temporadita, es siempre lo mismo: a saber, sexo, sexo o sexo.

Esta noche, sin ir más lejos, me he despertado sobre las cuatro y media, lo sé porque tengo un vecino que sale habitualmente de su casa a las cinco y he oído el ruido de las tuberías cuando deduzco que se lavaba la cara, y porque todavía no se había puesto a canturrear algún extraño pajarito, que nunca vi y que suele hacerlo al rondar las seis de la mañana. 

 

Importa, claro que importa!

 

Llevábamos toda la tarde trabajando en aquel proyecto urgente que debía estar preparado para primera hora de la mañana siguiente...

... apenas habíamos levantado la cabeza ni despegado los ojos de los documentos que teníamos esparcidos por la mesa desde hacía horas.Cuando decidí que necesitaba descansar un poco y me incorporé para estirar las piernas, Juan me dijo que tenía hambre, ya eran casi las diez y aún nos faltaba bastante por hacer, así que comentamos aprovechar el parón para salir del despacho y cenar algo rápido en el bar de abajo, pero yo llevaba el mismo vestido apretado e incómodo desde las ocho de las mañana y hubiera matado por una ducha relajante.

 

 

Llevo diez años casada y anteriormente otros tantos con el mismo novio y jamás he sido infiel. Jamás.

Mi marido y yo tenemos por costumbre pasar el día de Navidad con nuestras familias por separado, es decir, él se va a ver a su familia y yo como ese día con la mía. Debo comentaros antes de nada que tanto mi familia como la de mi marido viven fuera de España y por eso nos reservamos la noche de fin de año para pasarla juntos.

Lo cierto es que montamos verdaderas juergas y lo pasamos genial, pero este año, nada más llegar a casa de sus padres me telefoneó para darme las malas noticias: su madre estaba bastante enferma y no sabía cuándo iba a volver, pero sabía con certeza que no llegaría para celebrar la Nochevieja conmigo como todos los años.

 

La mano

 

Sentada frente a mí en aquel vagón no apartaba su mirada de mis ojos. Me incomodaba profundamente. 

Sentada frente a mí en aquel vagón no apartaba su mirada de mis ojos. Me incomodaba profundamente. Una mirada fría y sin emociones que únicamente desvió para señalar el asiento vacío que había a su lado. Me cambié de sitio colocándome a su derecha con la única intención de perder de vista esos ojos que me acechaban. 

 

 

Andaba yo con pocas ganas de hacer nada, tumbado en el sofá y con el mando en la mano, cuando ha sonado el teléfono. Era mi infatigable colega proponiéndome una salida de las nuestras con iniciación incluida.

Tiene un nuevo  ligue y le ha propuesto hacer un trío pero ella no lo ha hecho nunca y estaba un poco asustada, le daba miedo que le hiciera daño y no acababa de convencerla, así que no se lo pensó y contó conmigo. No es la primera vez que lo hacemos y, conociendo mi delicadeza en estas tareas, decidió que yo era la persona perfecta.

Yo tampoco me lo pensé mucho y acepté de inmediato. Mientras me dirigía hacia su casa, donde habíamos quedado, iba recordando la primera vez que lo hicimos.

 

Líquido

 

Hacía unos minutos que había amanecido cuando me levanté, despacio, y miré hacía el hueco que había dejado en la cama. 

Un hueco pequeño, la mayor parte seguía ocupada por un cuerpo que ese momento me pareció extraño. Le dediqué una breve sonrisa a esos ojos cerrados en recuerdo de la noche y me encaminé hacia el baño.
Estaba en la ducha, todavía quedaban restos de jabón en mi pelo cuando él entró. Posó su mano sobre mi hombro provocándome una pequeña sacudida.  

Se acercó lentamente, en silencio, y en su primer beso puso tanta ternura que casi me pareció una caricia.

 

El taxista

 

Tremenda la bronca que he tenido con mi novio. Me pone histérica cuando empieza con el rollo de «lo que quieras». ¿Qué hacemos? Lo que quieras. ¿Dónde vamos? Donde quieras. ¿Qué te apetece? Lo que quieras…. Pues vale, para hacer lo que yo quiera ya lo hago mejor solita, así que ahí lo he dejado y me he ido a hacer «lo que quiera»

¡Taxi! Por favor a una discoteca en la otra punta de la ciudad.

Señorita, no sé a la que se refiere.

A la que usted quiera, señor taxista.

Eso está hecho.

 

Mi primera hostia!

 

Cuando yo era pequeña mi padre ya era mayor. Era un viejo caduco sin intención de aspirar a entender lo que le decía. 

Sus mejores maneras de hacérmelo saber era pegándome «un par de hostias bien dadas», a su entender, porque así, creía él, se me metería en la cabeza lo que con palabras no entraba.

La primera vez que oí la palabra sado, y tuve conciencia de ello, tenía alrededor de veinticinco años. Mayor, es cierto, pero con el anticipo que os he hecho no es de extrañar que toda mi vida anterior hubiera sido la de una chica remilgada y asustadiza del sexo debido al miedo que mi padre me profesaba.

 

Quiero rellenarte los rincones

 

Puedo hacer que te corras ahora mismo sin tocar un solo pelo de tu cuerpo, me dijo aquel moreno acercándose a mí.

Mi cara de sorpresa le hizo sonreír, y su sonrisa hizo sonreír a mi cuerpo, al igual que mi parte cínica se adueñó de las palabras que surgían de mi boca y que eran completamente contrarías a lo que pensaba mi cabeza. Esta última me comunicaba que aquel caballero, que rondaba los cuarenta y su corta melena empezaba a reflejar destellos plateados, no era más que el típico chulo con ganas de ligar y sin nada mejor que decir; pero el discurso que brotaba raudo de mi boca le instaba a probar, pues tenía problemas de frigidez incluso con roces y algún que otro disparate más.

 

Sexo entre amigos

 

¿Cenamos esta noche?, me preguntó Dani cuando descolgué el insistente teléfono.

No, la verdad es que no me apetece salir, preferiría quedarme en casa y descansar, ha sido una larga semana de trabajo y estoy rendida, le dije al momento.Dani es un gran amigo, de esos a los que le cuentas todo, hasta lo más íntimo, porque te conoce y nunca te juzgaría. Nos conocemos desde hace años y siempre ha sido mi compañero de fiesta, mi paño de consuelo (y desconsuelo) y la causa de mis risas cuando lo que necesito es llorar. Ha conocido a casi todos mis amantes, esporádicos o más duraderos, igual que yo a las suyas.

 

El mirón

 

Se encuentra al otro lado del andén cuando me apercibo de su mirada.

Se encuentra al otro lado del andén cuando me apercibo de su mirada.

Lo hace con sutileza y la aparta cuando ésta se cruza con la mía.

Me inquieta al principio cuando la mano que apoya con delicadeza en su sexo se mueve. 

 

El masaje de mi vida

 

Sí, habéis leído bien, el masaje de mi vida. El otro día me hicieron el mejor masaje que nunca podrías ni imaginar. Fue tan peculiar como inesperado y la verdad es que fue una de estas cosas que te pasan una vez en la vida, y a mí me gustaría volver a repetir a pesar de que soy consciente de que nunca pasará.

Todo empezó el día de mi cumpleaños. Preparé una pequeña fiesta en casa para los más allegados, los amigos de primera línea, poca cosa, una cena rápida y muchos cubatas. No solemos hacernos regalos en estos casos, pero esta vez se habían puesto todos de acuerdo para regalarme un masaje en un spa y un circuito termal de esos a los que nunca te decides a ir pero a los que te encantaría poder tener tiempo para dedicarles el día. 

Loco en la cama

 

Existe una falsa creencia sobre la facilidad del hombre para excitarse, siempre se ha creído que es muy fácil y que en cuanto su mirada recorre un cuerpo más o menos bello, el miembro despierta y comienza su emancipación.

Resulta obvio decir que hay hombre y hombres, y que no todos los penes tienen esa alegría, pero lo que ahora te propongo es una serie de pequeños consejos que puedes seguir si quieres que tu hombre disfrute contigo en la cama y no te olvide en mucho tiempo. Lo primero que debes pensar es que los hombres son igual de complicados que las mujeres, así que te recomiendo que no te saltes los preliminares si eres tú quien lleva las riendas. Tócale mucho y evita su sexo durante un rato, inténtalo, no es tan difícil. Empieza por estudiar su cuerpo, cada músculo, cada rincón, y utiliza todo lo que tengas a mano para hacerlo, no solo tenemos manos. Tu lengua también es fundamental en este momento. 

Te recuerdo

 

Recuerdo tener el aspirador encendido, la música a todo volumen y el pelo recogido con una coleta en lo alto de la cabeza.

Recuerdo tener el aspirador encendido, la música a todo volumen y el pelo recogido con una coleta en lo alto de la cabeza.


Recuerdo coger el trapo de quitar el polvo para pasarlo por encima de la estantería más alta que hay en toda la casa.

La nevera

 

Soy salmantino, me llamo Jorge y tengo 38 años. Estoy en un supermercado decidido y predispuesto a hacer la compra que debí hacer hace un par de semanas. En mi nevera cohabitan un par de cervezas de marca ilegible que alguien debió traer en la última fiesta y unos cuantos ajos que decidí guardar ahí porque nunca he sabido donde se almacena este… ¿alimento?

En mi carro ahora mismo hay más cervezas, de las que me gustan, una especie de red morada repleto de más ajos, por si es necesario rellenar espacio en esa nevera, nachos, algo de fruta y varias botellas de licores aleatorios que he ido metiendo por selección de colores. Mientras divago revoloteando en el razonamiento que tuve la última vez que vine a comprar y decidí que cuando lo volviera a hacer, es decir, ahora, trataría de hacer una compra razonable, duradera, con sentido y, sobre todo sana, mi penoso carro choca contra una estantería que hace diez segundos no estaba ahí. 

La felación perfecta

 

Anoche lo conseguí, conseguí hacer por primera vez una felación perfecta. Entiéndase por perfecta, (según dicen algunos expertos en la materia) aquella que se hace de principio a fin sin utilizar las manos en el proceso, únicamente puedes usarlas para generar más placer en otras zonas.

Empezaré por contaros que era una de esas noches en las que no me apetecía mucho salir pero la insistencia de mis amigos hizo que me decidiera, por lo que me vestí con desgana usando una camiseta negra sin mucho glamour y unos viejos vaqueros rotos por todas partes. Y allí me presenté, estaban todos en un local de copas cercano y apenas estaba alumbrado con velas bien dispuestas por las mesas y en lugares clave, iluminación justa para no beberte el cubata de tu amigo.

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