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Relato erótico

 

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EL MASAJE DE MI VIDA

Sí, habéis leído bien, el masaje de mi vida. El otro día me hicieron el mejor masaje que nunca podrías ni imaginar. Fue tan peculiar como inesperado y la verdad es que fue una de estas cosas que te pasan una vez en la vida, y a mí me gustaría volver a repetir a pesar de que soy consciente de que nunca pasará.

 

Todo empezó el día de mi cumpleaños. Preparé una pequeña fiesta en casa para los más allegados, los amigos de primera línea, poca cosa, una cena rápida y muchos cubatas. No solemos hacernos regalos en estos casos, pero esta vez se habían puesto todos de acuerdo para regalarme un masaje en un spa y un circuito termal de esos a los que nunca te decides a ir pero a los que te encantaría poder tener tiempo para dedicarles el día. 

 

Algunas llamadas, otros tantos cambios de calendario y un par de cancelaciones poco apetecibles, fueron suficientes para hacerme el hueco y programarme el último día de asistencia posible.

 

Así que allí que me dirigí, me encontraba en una piscina perfectamente aclimatada, con unos chorros de exagerada potencia rompiéndome sobre el final del cuello, esperando a ser llamada para el masaje.

 

Y lo oí. Y lo vi. Era un tipo vestido con una especie de uniforme de médico, y con una media sonrisa en su cara, el que estaba diciendo mi nombre desde la esquina de la piscina. Levanté la mano, me hizo una seña, salí y me dispuse a seguirlo hasta donde quisiera llevarme. En ese momento estaba tan relajada que la verdad es que me daba igual lo que mi hicieran, no podría elevar mi nivel de aflojamiento corporal.

 

Al entrar en un diminuto habitáculo poco más grande que la camilla que lo presidía, me dio un paquete con un tanga de papel y me dijo que me lo pusiera, me tumbara boca abajo y que él me esperaría fuera.

 

Entró a los pocos minutos, apagó la luz y empujando dulcemente mi cabeza hacia abajo me dijo que no lo mirara, que acababa de ganar el premio del día. Yo, que me daba absolutamente lo mismo todo, no rechisté, acoplé mi cabeza en aquel incómodo agujero y me dejé hacer. Se movía por la pequeña habitación, mientras yo trataba de intuir sus movimientos, deduciendo que en ese momento estaba encendiendo unas velas y al momento oí como se deslizaba el cajoncillo de los cedés y empezaba a sonar una suave música que me pareció una bonita mezcla de sintonías árabes e indias. Había creado un ambiente de ensueño, pensé que podría dormirme allí mismo.

 

Él empezó a hablar, me estaba explicando lo que iba a hacer y cómo iba a ser aquella sesión especial. La verdad es que no le estaba haciendo mucho caso, repito que estaba a punto de dormirme, hasta que dos palabras clave se me cruzaron en alguna parte de mi cabeza y me hicieron reaccionar. ¿Había dicho «desnudez» y «con el resto del cuerpo»? No podía ser, estaba flipando, seguro. Le pedí que me lo repitiera y mis sospechas se confirmaron. Con una mano presionando mi cabeza en el agujero de la maldita camilla, me repitió la pregunta:

–¿Te parece bien?

–Es que me temo que no te he entendido– balbuceé yo.

–Te decía que este masaje especial tiene dos peculiaridades, una es que necesito ver tu desnudez y la otra es que voy a utilizar otras herramientas además de las manos, usaré el resto del cuerpo.

 

Dos segundos tardé en contestar, creí que tardar más era mostrarse insegura, así que accedí. Total, qué más daba, estaba allí y lo iba a aprovechar al máximo después de todo lo que tuve que hacer para poder asistir.

 

Sus dos manos, ahora sobre mi cabeza, empezaron a moverse al compás, en perfecta sintonía. Con la yema de los dedos presionaba mi cabeza con bastante fuerza y hacía pequeños movimientos circulares que recorrían toda mi cabeza en sentido horizontal. Iban de una oreja a otra para después bajar a la base de mi nuca y subir hasta el principio de mi frente. Era una gozada. Sí gozada, lo digo porque me di cuenta que me estaba gustando, digamos, demasiado. Sus dedos ahora se enrollaban en mi pelo y me daba pequeños tirones que me producían unas sacudidas impresionantes. Pensé que de un momento a otro iba a empezar a mojar el puto tanga. Necesitaba que parara ya, estaba muy cachonda y no quería que lo notara. Y, como si hubiera escuchado mis pensamientos, en ese mismo instante desapareció.

 

Cuando la presión de sus manos en mi cabeza se esfumó, yo aproveché para intentar mirarlo. Había estado todo el rato con los ojos cerrados y me costó ubicarlo con la casi imperceptible luz que había. Estaba desnudándose mientras me informaba de que me iba a quitar el (mini) tanga que únicamente llevaba encima. Me explicó con las palabras justas que necesitaba contemplar mi cuerpo mientras se iba excitando. Yo no sé lo que me pasó, pero en cuanto oí que quería ver cómo me excitaba, me excité más aún. Madre mía. Solo necesité ver su traviesa sonrisa recorrerle la cara para volver a esconder mi, ahora colorada, cara en aquel hueco que me pareció la salvación ante el hombre del saco.

 

Bien, me relajé, lo asumí y me decidí por fin a dejarme hacer, pensándolo bien aquello prometía. Antes si quiera de que esa orden de mi cerebro llegara a mi cuerpo, sentí algo extremadamente caliente que me recorría la columna, ¿era cera de la vela? Sí, era la vela, pero no era cera, era aceite, aceite sobre el que puso sus manos y empezó a untar mi espalda hacia los lados.

 

Cargué una gran bocanada de aire en mis pulmones y le dejé que siguiera. Sus manos eran rápidas, suaves y dulces. Me masajeaba la espalda con inocencia pero el aceite que se deslizaba hacia los lados de mis costillas, lo iba recogiendo y volvía a su posición inicial, el centro de mi espalada. Era algo maravilloso, cada gota que intentaba escapar, él la recogía con suma delicadeza y la devolvía al centro, la mancha se extendía y cada vez se acercaba más al nacimiento de mis pechos que notaba aplastados sobre la camilla. Me estaba excitando tanto que al notar sus manos tan cerca de mis pechos, sentí la necesidad de incorporarme un poco para que pudiera meter las manos y recoger aquellas gotas que parecía que empezaba a menospreciar.

 

El único pensamiento era que me apretara las tetas, muy fuerte, y hasta noté que me invadía un leve amago de enfado porque no lo hacía. Y se me escapó el primer jadeo, creo que llevaba unos minutos conteniendo la respiración sin darme cuenta.

 

Silencio. ¿Dónde coño están sus manos? No las noto. Quiero morir ahora mismo si no sigue. Vale, lo oigo, lo noto acercarse y… otro chorro de líquido caliente, esta vez en la curvatura que dibuja mi espalda en las lumbares. Esto promete.

 

Él continúa con su ejercicio. Sus manos ahora están demasiado cerca de mi culo, sigue recogiendo el charquito que forma el aceite, pero esta vez parece querer ampliarla y la va expandiendo sobre mis nalgas. Ahora sí, menos mal. Un suspiro que se escapa y queda flotando sobre la sonrisilla que escucho detrás de mí. Noto algo frío, ¿son unas tijeras? Sí, me está cortando el tanga de papel. Podías haberlo dicho y yo misma me lo hubiera arrancado si tanto te molestaba, pensé.

 

Sigue así abriendo el campo de acción y ahora sí siento sus manos deslizarse por mi raja. Estoy enferma de placer y se me escapa un ¡joder! cuando lo noto subir a la camilla. Quiere tener más espacio y su masaje se concentra en mi todo mi cuerpo, sus manos me recorren la columna entera. Va haciendo pequeños círculos que siempre empiezan en el centro y se desliza hacia los lados y van desde mi nuca hasta mi rabadilla, pero nunca más allá.

 

En otro impasse en el que lo noto moverse llego a darme cuenta de que se está dando la vuelta y se dirige hacia mis piernas. Otro chorro caliente, esta vez lo tenía que tener a mano porque no se ha movido de la nueva postura. Sigue acariciándome pero esta vez se centra en la parte posterior de mis rodillas y me vuelve a dejar sin recursos. Nunca hubiera imaginado que esa zona me podría excitar tanto. Me encanta lo que me está haciendo y ahora no puedo frenar mi respiración, intento hacer lo posible para no moverme, pero lo estoy deseando. Lo oigo respirar y sé que para él también está siendo placentero.

 

Nuevos movimientos, nueva posición, mucho mejor, ahora sí noto algo. Está sentado en la parte baja de mi culo y la presión que ahora siento la reconozco. Es su polla super empalmada clavándose entre mis piernas. Está tan cachondo como yo, busca el hueco y lo encuentra rápidamente por la lubricación natural sumada al aceite que él me ha ido repartiendo de forma estratégica.

 

Date la vuelta con cuidado, me dice. Cuando me muevo para hace lo que me pide, aprovecha mi posición, me da espacio para incorporarme y clavar mis rodillas en la camilla al mismo tiempo que entra en mí, suavemente, para sacarla con rapidez y, al momento, proporcionarme una embestida inesperada. Quedé de nuevo tumbada y las embestidas se sucedieron hasta que los dos quedamos exhaustos.

 

Él salió de la habitación y yo caí en la cuenta de que jamás reconocería su cara.

 

Afrodita

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