Relato erótico
I'm a blank item. Double click to Edit.
SEXO EN NOCHEVIEJA
Llevo diez años casada y anteriormente otros tantos con el mismo novio y jamás he sido infiel. Jamás.
Mi marido y yo tenemos por costumbre pasar el día de Navidad con nuestras familias por separado, es decir, él se va a ver a su familia y yo como ese día con la mía. Debo comentaros antes de nada que tanto mi familia como la de mi marido viven fuera de España y por eso nos reservamos la noche de fin de año para pasarla juntos.
Lo cierto es que montamos verdaderas juergas y lo pasamos genial, pero este año, nada más llegar a casa de sus padres me telefoneó para darme las malas noticias: su madre estaba bastante enferma y no sabía cuándo iba a volver, pero sabía con certeza que no llegaría para celebrar la Nochevieja conmigo como todos los años.
Me sentí muy apenada por su madre y, reconociendo cierto egoísmo, también por mí. Se me presentaba un panorama poco deseable, sola en casa y aburrida en la noche más divertida que pasamos juntos.
Al comentarlo con unas amigas del gimnasio, me ofrecieron rápidamente la invitación para ir a una fiesta que montaba un tipo de la clase de boxeo. Automáticamente la rechacé, no me parecía bien irme a una fiesta sin mi marido y además estando él fuera por tener que cuidar de su madre.
Los días iban pasando rápidamente y cuando me quise dar cuenta ya había llegado el fatídico día, apenas había pensado en eso y no tenía planes alternativos. La verdad es que no acababa de creerme que iba a acabar esa noche sola así que, ante la insistencia de mis amigas ese mismo día en el gimnasio, dejé que me presentaran al chico de boxeo y me apunté en cuanto le vi la pinta. Le faltaba un palmo, para mi gusto, pero estaba como un queso. Además de tener un cuerpo de infarto, unos ojos marrones rasgados me miraban con curiosidad, sonriéndome. No me podía creer lo que estaba haciendo, pero acepté pensando en llamar a mi marido para contárselo en cuanto saliera de allí.
Quedamos en la puerta del gimnasio para que me recogiera, todos iban con pareja y yo era la única que iba sola, sin contar con que el sitio donde se celebraba la fiesta estaba perdido en una urbanización en la que todos los chalets eran iguales y al que no hubiera llegado, sin ninguna duda, por mí misma gracias a mi pésima capacidad de orientación.
Durante el viaje nos fuimos conociendo un poco, empezamos con temas triviales sobre la cantidad de gente que acudiría, o lo cómodo que era para mí apuntarme a última hora para no tener que participar en los preparativos; pero poco a poco nos fuimos adentrando en nuestras vidas y me contó que estaba recién separado, que la ruptura no había ido demasiado bien y que tenía ganas de fiesta, por eso lo había preparado todo. Quería pasárselo bien rodeado de amigos, conociendo a gente nueva, riendo, bebiendo y, a ser posible, follando. Si la noche iba bien pensaba pegar el polvo de su vida. Me ruboricé un poco y giré la cabeza hacia la ventanilla para ocultar mi sonrojo de su divertida mirada, a lo que él contestó que yo podía ser una candidata perfecta si mi anillo me lo permitía.
Por supuesto no contesté, únicamente logré dibujar una extraña mueca que fue lo más parecido a una sonrisa que me salió, con la intención de que no me tomara por una reprimida. Pero eso fue durante el viaje. Para cuando llegamos la conversación aún seguía por los mismos derroteros, aunque yo estaba un poco más desinhibida por sus constantes bromas y alusiones, y tras tomarme un par de cervezas y haberme presentado a cada uno de los asistentes, nos pusimos a bailar en el enorme salón habilitado para la ocasión. Apenas comimos nada y las cervezas se convertían en cubatas cuyos vasos vacíos desaparecían con la misma rapidez con la que me eran devueltos llenos de nuevo. No paraba de reír y de bailar mientras mi querido anfitrión me contemplaba con su preciosa sonrisa y no se alejaba más de diez metros en ningún momento. Y yo, que cuanto más lo miraba más me gustaba, comencé a bailarle de una manera bastante sensual, acercándome a él y jugueteando de forma muy peligrosa. El alcohol y su mirada me estaban empezando a poner caliente y el juego que los dos aceptamos consiguieron que un golpe de líquido espeso mojara de pronto mis bragas.
Intenté fantasear en cómo sería su polla, ¡Por favor, yo qué coño hacía pensando en su polla! No podía evitarlo, pero después de recrearme en sus brazos, en sus pectorales, en sus abdominales y en sus cuádriceps, no pude por menos que pensar en el tamaño de su miembro.
Los que habían venido con pareja pronto empezaron a desfilar y una de mis amigas me propuso llevarme a casa para no tener que molestar al boxeador al tener que salir después de su casa, pero yo, que estaba tan animada, le dije que no se preocupara, que ya me buscaría la vida más tarde. Otros amigos se iban yendo a un local de copas antes de que acabaran borrachos y no pudieran conducir. Cuando me fijé apenas quedábamos unas 10 personas en la casa pero seguía tan animada como antes, creo que nos quedamos los que realmente éramos el alma de la fiesta.
Con un gesto de sus ojos me dijo que me dirigiera a la puerta del fondo, era la cocina, y él me siguió muy pegado, apenas me dejaba andar, casi trastabillando llegué al centro de la estancia y me iba a apoyar en la gran mesa pero no me dio tiempo: con un fuerte empujón me tiró de morros contra ella. Apenas me dio tiempo a reaccionar cuando ya me había levantado el vestido, arrancado las bragas y su dura polla entraba por detrás con toda libertad.
¡Joder! pensé, ¿qué ha pasado? ¿Qué hago aquí follando con semejante monumento? No pude pensar mucho más. Me embestía fuerte apretando mis pechos contra la mesa, luego alternaba con movimientos más suaves para que me relajara y cuando lo conseguía volvía a darme con fuerza. Me apretaba contra la mesa apoyando sus manos en mi espalda, no me dejaba moverme y solamente con escuchar su agitada respiración yo me ponía más y más cachonda. Me gustaba muchísimo y me dejé llevar. Estaba a punto de correrme cuando paró de repente. Me dolían los labios, los tenía durísimos, creo que jamás los he tenido así y él se debió de dar cuenta porque me susurró, «No tan deprisa, tenemos toda la noche» y, agarrándome de los hombros, me incorporó y me dio la vuelta. Quedé frente a él, sentada en una esquina de la mesa, con las piernas colgando que me recogió y subió a sus caderas al mismo tiempo que me volvió a penetrar abrazándome fuerte. Estábamos tan pegados que cada vez que entraba y salía de mí, mi clítoris rozaba con su cuerpo, no hubiera cabido ni un alfiler entre nosotros, con sus musculosos brazos me abarcaba completamente y la presión que ejercía con ellos en mi cintura casi me ahogaba. En pocos segundos volví a estar al borde del orgasmo. Esta vez me dejó acabar aunque él no parecía querer parar. Eché la cabeza hacia atrás dejando una abertura entre nuestros pechos, ofreciéndoselos, me los besó, buscó mis pezones con su lengua y cuando los encontró me los mordisqueó repetidamente hasta que no pude más. Me relajé y me dispuse a disfrutar de uno de los mejores orgasmos de mi vida.
Cuando conseguí abrir los ojos, me encontré con la visión de un tipo que había visto en la fiesta, con la bragueta bajada y su pene en la mano, masturbándose ante el monumental polvo que acabábamos de pegar. Mi cara de sorpresa se reflejó en una mueca divertida por su parte y cogiéndome por la muñeca me llevó a la habitación contigua.
No sé cómo lo hizo, pero en un momento volvía a estar boca abajo, tumbada en una cama, con su cuerpo encima de mí y su polla luchando por entrar en mi culo. Esto sí que no, pensé, pero de nuevo era demasiado tarde. Había recogido todos los líquidos que no paraba de segregar mi vagina y me había lubricado el culo de tal manera que le ofrecí una alternativa sin haberlo querido. Se incorporó un poco y con un breve movimiento sacó algo rápidamente de un cajón de la mesilla. Yo no podía verlo, pero su textura suave y su leve vibración me alertaron de que era un consolador, un enorme consolador que entraba muy despacio por mi coñito mojado.
Y de nuevo allí me volvía a ver yo, a cuatro patas, con un mazas penetrándome el ano con su enorme polla, un vibrador a toda máquina que manejaba con una habilidad pasmosa entrando y saliendo de mi vagina, y su otra mano acariciando mis pechos que se movían a cada embestida colgando por la gravedad ¡Por Dios!, ahora estaba muy cachonda y ya me daba todo igual, así que, de nuevo, me dejé hacer. Él estaba igual que yo, se movía despacio, sabía que podía hacerme daño pero controlaba sus movimientos, saboreando cada embestida como si fuera la última, sincronizando los movimientos del consolador con los suyos. Se mantuvo así durante un rato y no paró de agredir mi culo hasta que eyaculó dentro de él. Yo me había corrido ya unas cuantas veces pero para mi fogoso anfitrión era la primera vez y pareció desinflarse por momentos tumbándose en la cama bocarriba y dejando a mi vista su pene en todo su esplendor.
No duró mucho, se recuperó en cuanto me puse a horcajadas encima de él y me fui deslizando hacia abajo, dejando pequeños y húmedos besos por todo su torso hasta alcanzar su polla, que en este momento todavía me cabía en la boca. Me apetecía hacerle una buena mamada pero si no aprovechaba ahora dudaba que en unos minutos me cupiera entera. Empecé por el final, hice que mis labios casi llegaran a sus huevos produciéndome pequeñas arcadas, y poco a poco, mientras la sentía crecer en mi boca, la iba sacando y jugando con la lengua, recorriéndola de abajo arriba y volviendo a bajar hasta que me volvía a llegar a la garganta. Él mantuvo los ojos cerrados todo el tiempo, apenas se movió, ahora era su momento y se dejó llevar disfrutando y gozando con cada lametazo, con cada beso y con cada caricia que le proporcionaba. Mis manos acompañaban a mis labios en su recorrido provocándole un placer suplementario. Me gustó saberme con el dominio de la situación y la responsable de su placer, me encantó verlo con la cara congestionada por el goce. Mientras lo observaba, mis ojos se tropezaron con el consolador que había quedado en la cama tirado y, sin pensármelo, lo encendí y empecé a masajearle la abertura del ano con la vibración. Sus ojos se abrieron con sorpresa pero su sonrisa me indicó que lo aprobaba, así que me esmeré en concentrarme en lo que estaba haciendo y fui metiéndolo poco a poco mientras seguía comiéndole la polla.
El resultado no tardó mucho en ser evidente, se retorcía bajo mi cuerpo al mismo tiempo que gritaba. Era una gozada verlo así aunque duró poco, cuando no pudo controlarlo más se incorporó de golpe y me tumbó en la cama con violencia. Su cara, frente a la mía, me miraba con sorpresa y agradecimiento, y sus labios carnosos y ahora calientes, me besaban mientras su lengua invadía mi boca. Creo que era la primera vez que nos besamos en toda la noche y ese beso apasionado hizo aumentar todavía más mi calentura. Ya no podíamos aguantar más y, en tres arremetidas salvajes, los dos llegamos al clímax apenas sin respiración y presos de los espasmos.
No sé qué pasará cuando nos volvamos a ver por el gimnasio, pero lo que sí sé es que quiero repetirlo. Estoy deseosa de volver a tener otro escarceo con mi boxeador preferido. Pero, por favor, de esto ni una palabra a mi maridito.
Psique