I'm a blank item. Double click to Edit.
RELLENARTE LOS RINCONES
Puedo hacer que te corras ahora mismo sin tocar un solo pelo de tu cuerpo, me dijo aquel moreno acercándose a mí.
Mi cara de sorpresa le hizo sonreír, y su sonrisa hizo sonreír a mi cuerpo, al igual que mi parte cínica se adueñó de las palabras que surgían de mi boca y que eran completamente contrarias a lo que pensaba mi cabeza. Esta última me comunicaba que aquel caballero, que rondaba los cuarenta y su corta melena empezaba a reflejar destellos plateados, no era más que el típico chulo con ganas de ligar y sin nada mejor que decir; pero el discurso que brotaba raudo de mi boca le instaba a probar, pues tenía problemas de frigidez incluso con roces y algún que otro disparate más.
Está bien, probemos, fue lo único que dijo antes de acercar su dedo índice hacia la parte final de mi ceja izquierda y parando antes de llegar a tocar mi piel. ¿Sabes que la sien es una de las partes más sensibles del cuerpo humano?, me preguntó.
Eso he oído, respondí apoyándome en un coche que había aparcado justo en la puerta de la discoteca. Había salido a fumar y no podría decir si el, ahora que lo miraba bien, guapo y arrogante caballero, ya estaba allí cuando encendí el cigarrillo.
Si vamos bajando por aquí encontramos otro punto altamente erógeno, susurró acercando su cara a la mía y haciéndome notar el calor de su aliento. Su dedo se dirigía hacia la parte inferior de mi oreja. Yo estaba quieta cual piedra pobladora de Stonehenge y, si bien es cierto que no me había tocado, podía sentir una especie de unión eléctrica entre su dedo y mi rostro que me hizo ponerme alerta. Me gustaba el aire caliente que me hacía inhalar.
Te pones rígida, ten cuidado o me saldré con la mía, me vaciló, parece que ya no estás tan segura de ganar el reto.
Cuidado que este juego se puede acabar cuando yo quiera, fue lo único que conseguí articular de forma más o menos coherente.
Bien, acepto. Si te cansas o te asustas, recalcó con énfasis esta última palabra, no tienes más que decirlo y lo dejaré. Ahora lo importante es que te relajes, no me pongas demasiadas trabas aunque quiero que sepas que por ver tu cara de placer sería capaz de saltar el muro más alto que pudieras ponerme.
Sus palabras iban taladrando mi ego y su mano, ahora extendida, estaba a menos de un centímetro de mi cara. Podía sentir su olor y esa mirada desconocida seguía fija en mis ojos, sonreía.
Hizo un giro y su boca quedó pegada a mi oreja, ahora le podía escuchar también respirar, el calor de su aliento me embargaba.
Me contaba cómo afectaba el placer a mi cerebro, me repetía una y otra vez que quería rellenar todos mis rincones y que le encantaría salpicar con gotas de leche caliente todo mi cuerpo al mismo tiempo que dibujaba una línea imaginaria desde mi clavícula hasta el centro de mi pecho y movía su dedo alrededor de mi pezón que, junto a su compañero, empezaban a ponerse duros.
Su respiración se entrecortaba pero no sus movimientos ni sus frases evocadoras. La mía decidió no querer salir y cuando conseguí soltar el aire sonó a gemido al igual que su ahogada risita al comprobar que me estaba poniendo cachondísima.
Dime una cosa, le susurré yo como bien pude, ¿cuántas veces has hecho este paripé a fumadoras empedernidas que salen a las puertas de los locales para mitigar su incontrolable adicción?
Nunca. Respiración. Es la primera vez que se me ocurre hacer algo así. Respiración. Te he visto aquí y he dejado de ser dueño de mis actos. Respiración. No soy ningún rufián en busca de maduritas a las que alagar. Respiración.
Me estaba poniendo a mil con su palabrería. Era cierto que ni su lenguaje ni su forma de hablar eran las de un peón de obra, pero yo no estaba dispuesta a perder esa especie de apuesta a la que me había retado, por lo que intenté no pensar en él y concentrar mis pensamientos en un sitio muy lejano al mismo tiempo que le sonreía.
Su mano ahora dibujaba el contorno de mi otro pecho y seguía hablándome entre respiraciones entrecortadas, bajaba por mi estómago tan suave y lentamente que creía que nunca iba a llegar. Mi cabeza no quería escapar, lo que quería era hacer caso a mi cuerpo y dejarse llevar. ¿Qué es eso? ¿Acabo de soltar otro gemido? ¡Oh, no!
Otra sonrisa de sus ojos, otra respiración más profunda, más aire caliente envolviéndome parte de la cara, más susurros y más miradas excitadas entre los dos.
Llegó al ombligo y paró, y, sin soltar mis ojos atrapados en su lasciva mirada, me dijo que se había equivocado con el juego, que estaba loco por tocarme y que vendería su alma por besarme justo donde estaba ahora esa corriente eléctrica que me transmitía con la cercanía de su mano.
Esta vez mi cabeza argumentaba que este desconocido era poseedor de una gran labia y que para nada pensaba lo que estaba diciendo, que era parte del juego y el fin justificaba los medios. No me podía creer todo lo que decía pero mi cuerpo seguía por libre y ya hacía rato que notaba mi ropa interior muy húmeda. Si realmente era mentira yo estaba quedando como una guarra porque estaba realmente cachonda, y si no lo era, no quería seguir jugando porque me estaba gustando muchísimo.
Su mano casi se apoyaba en mi ingle cuando solté mi tercer gemido acompañado de un temblor casi imperceptible. Dio un pequeño paseo sobre mi sexo, se acercó todo lo que pudo a mi entrepierna, sin tocarme y, un segundo después, se metió la mano en la boca, lamiéndose los dedos centrales como si realmente me estuviera saboreando. Volvió a bajar la mano por el mismo camino pero ahora mucho más rápido: sien, oreja, clavícula, pechos, estómago, ombligo y sexo.
Su boca, por encima de mi hombro, ya no susurraba, intentaba contener la respiración para que no me diera cuenta de lo excitado que también estaba.
Y se rindió.
Dejo caer su cabeza apoyada sobre mi hombro soltando otra bocanada de aire caliente, me atrapó por la cintura, y me dijo que no quería seguir, que le estaba gustando y notaba que perdía el control.
Y me rendí.
Le acaricié la cabeza con una mano, empujé con la otra su culo hacia mí apretando con fuerza su dura bragueta contra mi húmedo deseo, y le dije que siguiera, que me gustaba.
Y alcancé el clímax con su pequeña embestida a través de la ropa.
Psique
Relato erótico