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Relato erótico

 

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ESTA VEZ NO FUE UNA CORBATA

Tenemos que hablar, me dijo el viernes por la mañana, necesito hacerte una proposición y no te puedes negar. Colgó.

 

Cuando escuché el mensaje pensé que las cosas no podían salir mejor. Me había pasado toda la semana pensando en cómo ejecutar aquello a lo que me había comprometido sin saber muy bien dónde me metía. No conocía a aquella mujer que me asaltó en medio de la calle, pero ella sí me conocía y su oferta era más que generosa, lo único que se me ocurrió fue que a los números rojos de mi cuenta corriente se le iba a cambiar el color por mucho tiempo, acepté tomar un café con ella y escucharla y, casi sin pensar en las consecuencias, llegamos a un acuerdo.

 

Le mandé un whatsapp y enseguida me contestó y me citó para vernos en su despacho. Entendí que ya no había vuelta atrás y que lo único que podía hacer era pasármelo lo mejor posible, disfrutarlo. Quedamos a última hora de la tarde, no me extrañó porque enseguida supe que así no quedaría mucha gente en la oficina y todo sería más fácil para mis propósitos, sin contar que no sabía cuáles eran los suyos. Lo intuía.

 

El proceso que seguí fue el de las grandes ocasiones. Elegí muy bien la ropa: botas altas con tacón, medias con liga, tanga mini, falda corta pero no demasiado, camiseta de tirantes y escote, sujetador de encaje, chaqueta de punto y abrigo. Eso sí, todo en negro. Seleccionada la indumentaria me dediqué a la depilación: hasta que no parecí la cáscara de un huevo no paré. Un poco de perfume, no mucho, antes de la fase de maquillaje. La excusa que tenía pensada para que mi atuendo a esas horas no le sorprendiera era que después me iba de fiesta con unos amigos y ya no podría volver a casa.

 

Llegué con el tiempo justo, como siempre, la chica de recepción ya se encontraba con el abrigo puesto y colgándose el bolso, pero me acompañó hasta su despacho despidiéndose desde la puerta. Él, sin despegar la mirada de la pantalla, me dijo que me sentara y enseguida me atendía, mandaba unos emails y estaba conmigo. Y así lo hice, me quité el abrigo y me senté en la única silla que había libre de papeles y libros, junto a la suya.

 

Le dio a enviar, bajó la tapa del portátil, lo retiró con parsimonia y me miró con una sonrisa. Noté cómo sus ojos se abrían más de lo normal al verme de aquella guisa y se levantó para darme dos erráticos besos fruto de su desconcierto. Bien, primer paso conseguido, captar toda su atención en mi cuerpo. Tras los breves comentarios de rigor sobre cómo estás, cuánto tiempo sin verte y qué sexy vienes, empezó con la exposición de su proyecto en el que, según él, no podía negarme a participar.

 

Yo le contemplaba atentamente, alternando mi mirada de su boca a sus ojos, me movía con gestos estudiados y, en un momento en que su conversación se puso más interesante, aproveché para echarme hacia adelante fingiendo un interés que no tenía y mostrándole un poco más de mi escote. No pasó desapercibido, noté cómo me pedía con la mirada que no hiciera eso, su mano tembló levemente y yo volví a reclinarme en la silla cruzando las piernas con soltura. Otro movimiento estudiado. Otra muestra de nerviosismo. Otra sonrisa maliciosa. ¡No, no lo hagas!, me pareció escucharlo decir mentalmente. No te preocupes, que te vas a divertir, le dije yo mentalmente también mientras me mordisqueaba el labio inferior llevando su mirada hacia mi boca.

 

¿Y bien? ¿Qué te parece? Me dijo tras un breve silencio en el que intentó, en vano, recuperarse. Que me lo estás poniendo muy fácil, me dije, al mismo tiempo que descruzaba las piernas echando el culo hacia delante y me arrellanaba más en el asiento. Otro movimiento estudiado. Otra mirada suplicando que parara. Una mirada a la foto que reposaba encima del escritorio y la que se veía una pareja en una bonita playa: él junto a la rubia con la que tomé aquel café y a la que reconocí inmediatamente.

 

Mi diablillo particular insistía en que no iba a poder aguantar mucho tiempo, sabía la atracción que tenía hacia mí y me incitaba a seguir jugando con él separando un poco los muslos y dejando ver la goma de encaje de la liga en un movimiento natural. También estudiado. Su cara empezaba a ser un poema, una bella poesía de lucha entre el amor y la lujuria.

 

¿Cuánto tiempo me dejas para pensarlo? le contesté mirándole a los ojos, desvergonzada, notando cómo se ruborizaba.

 

Una semana, dijo, y me estás volviendo loco, añadió girando la mirada hacia la fotografía.

 

Lo estaba torturando y mi diablillo daba saltos de alegría. Percibí que de verdad se debatía entre lanzarse encima de mí o mantener aquella fidelidad que parecía profesar a su amada señora. Pero yo ya sabía quién iba a ganar. No podía ser de otro modo.

 

Acercando mi silla un poco más a la suya y sonriéndo con la más lasciva mirada que fui capaz de ofrecerle, le dije que ya lo tenía decidido. Y tú a mí, añadí justo en el momento en que cogía su mano y la ponía entre mis muslos, dejándole notar la suavidad de la parte superior que no estaba protegida por los pantis. A estas alturas su erección era más que evidente y yo también empezaba a humedecerme con el jueguecito. Me estaba excitando considerablemente el hecho de que se pensara tanto ponerle los cuernos a su mujer, producto de uno de sus deseos más ocultos, para no estropear nuestra amistad. Pero por otra parte me parecía muy legal. Y eso también me excitaba.

 

No sonreímos esta vez, simplemente me levanté muy despacio, con movimientos estudiados, otra vez, di el paso que nos separaba y me senté de lado sobre su regazo rodeando su cuello con mi brazo, dándole pequeños besos que rápidamente se convirtieron en algo mucho más apasionado cuando su mano encontró el hueco que dejó mi falda al arremangarse y notó la humedad en mi mini tanga.

 

Su reacción fue la esperada: ese ¡uff! que se le escapó, esa dureza que rápidamente me presionó en el culo, esa otra mano que empezaba a acariciarme el pecho al que alcanzaba y esa forma de recorrer mi boca con su lengua. Ya está hecho cielo, ya no tiene sentido echarse atrás, ahora solo dedícate a pasarlo bien, le dije sin hablar y sin dejar de luchar por hacerme hueco en su boca a costa de derrotar a su lengua.

 

Y parece que me escuchó porque en dos segundos me colocó delante de él, sentada sobre su mesa y atrapada con su silla entre mis piernas. Ahora fui yo la que se sorprendió, había tomado las riendas y me había puesto en una posición más que excitante, mostrándome a él y completamente accesible.

 

Solo tuvo que inclinarse un poco hacia delante para recorrer con su lengua el corto espacio de piel que quedaba entre la liga y el tanga, que sujetó con una mano en un lado mientras me chupaba a placer. No debía de estar muy cómodo porque paró pasados unos minutos y, con su parsimonia habitual, me dedicó una pícara sonrisa y abrió un cajón del que sacó unas tijeras que usó para cortarme el tanga. ¡Dios! ¿Había algo más excitante que eso? Noté como me mojaba todavía más y pensé en cómo debería estar dejando la mesa. A él le gustaba tanto como a mí, continuó lamiéndome igual pero con la respiración más agitada y ahora con las manos libres que, desde el cuello, bajaban por los pechos y los sacaba por encima del sujetador y la camiseta sin levantar su cabeza de mi entrepierna. Me apretaba los pezones, me acariciaba las tetas con la palma de las manos, me succionaba el clítoris y un gritito de placer rompió el silencio.

 

Eché la cabeza hacia atrás, apoyé mis piernas en sus hombros y acercando mi culo al borde de la mesa me dejé llevar hasta el orgasmo. Él jadeaba, su posición de completo dominio sobre mí y el notar cómo me corría en su boca, producto de la gran mamada que me estaba haciendo, fue suficiente para que se levantara, se bajara los pantalones y me penetrara con fuerza. Me embestía con deseo y furia, empujaba con ímpetu pero la sacaba con suavidad para volver a empujar vigorosamente una y otra vez. No sé cuánto tiempo estaría así, pero hacía siglos que nadie me follaba de esa manera y me estaba volviendo loca. No me había dado ni un minuto para recuperarme del orgasmo anterior y follándome de esa forma me estaba provocando corrientes eléctricas en el clítoris a cada acometida. No tardamos en corrernos casi al unísono.

 

Eres malísima, me dijo cuando se hubo recuperado. No, no lo soy, le dije sonriéndole y dirigiendo mi mirada hacia su erecto pene. Tú lo eres.

 

Nos reímos con ganas. Yo, dando por finalizada la sesión, me incliné sobre la silla dónde colgaba mi bolso para sacar la nota, pero él no debió de pensar lo mismo pues me inmovilizó de nuevo en esa postura. Se había acercado por detrás mientras yo trasteaba en mi bolso, inclinada, y su polla, todavía desnuda y otra vez dura y grande, se coló por el hueco de mis muslos todavía mojados. ¡Joder con el colega, no me da tregua! ¡Menos mal que no quería!

 

Una vez puestos ¡qué más da!, me dijo en un susurro mientras se ceñía a mí. Eso mismo, dije yo, pero dame un segundo que me recupere, añadí dándome la vuelta como pude para arrodillarme delante de él.

 

Y con su semen todavía deslizándose por la barbilla, le di la nota que había alcanzado a encontrar y todavía sostenía en mi mano.

 

Con cara de sorpresa la leyó en voz alta:

 

Amor mío,

sé sobradamente que esta fecha no significa nada para ti y que hasta la odias, pero sabes

que yo siempre he sido una romántica. No se me ha ocurrido mejor manera de festejarlo 

que regalándote una de tus fantasías más evidentes, espero no haberme equivocado y

deseo que haya sido de tu entera satisfacción.

 

Feliz san Valentín, cariño.

 

De la incredulidad pasó a la felicidad y, tal y como me esperaba, la aventura le supo todavía mejor, cualquier fantasma de la culpabilidad que pudiera pasar por su cabeza se desvaneció rápidamente.

 


 

Psique

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