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Relato erótico

 

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LÍQUIDO

Hacía unos minutos que había amanecido cuando me levanté, despacio, y miré hacía el hueco que había dejado en la cama. Un hueco pequeño, la mayor parte seguía ocupada por un cuerpo que ese momento me pareció extraño. Le dediqué una breve sonrisa a esos ojos cerrados en recuerdo de la noche y me encaminé hacia el baño.


Estaba en la ducha, todavía quedaban restos de jabón en mi pelo cuando él entró. Posó su mano sobre mi hombro provocándome una pequeña sacudida. Se acercó lentamente, en silencio, y en su primer beso puso tanta ternura que casi me pareció una caricia. Sus carnosos labios siguieron acariciando los míos durante lo que me pareció una eternidad, hasta que su lengua entró en mi boca. Parecía estar buscando algo, me recorría el paladar y luchaba contra mi lengua buscando el camino a no se sabe dónde, para después volver a sacarla y seguir besándome con los labios. Esa forma suya de besar me volvió a llevar al recuerdo de la noche, de sus caricias y de todo lo que me  había hecho sentir hacía apenas unas horas.


El temblor de mis piernas y el sonido del agua al caer me hicieron salir de mi ensimismamiento en el momento que me volvía a introducir toda la lengua y comenzaba otra pequeña y húmeda batalla de lenguas invasoras de bocas ajenas.


Su lengua ahora dibuja lentamente el contorno de mis labios, baja hasta la barbilla y me da pequeños besos, haciéndome ofrecer mi cuello como si de un dulce vampiro se tratara. Los finos dedos de una mano acarician delicadamente el centro de mi espalda con un pequeño recorrido en vertical, mientras la otra mano sujeta mi cabeza.


Me acerco más a él y lo interpreta como una invitación a seguir adelante. Su boca ahora empieza a descender hacia mis pechos y la mano que acariciaba mi espalda también le sigue en la escapada, presionando un poco más y apretándome sobre su sexo desnudo y mojado.


No puedo verlo, mi cabeza sigue reclinada hacia atrás brindándole mis senos, pero noto su dureza en mis muslos y una bocanada de aire caliente anega mis sentidos.


Mi respiración empieza a agitarse. Separo levemente mis muslos a modo de nueva invitación que es automáticamente aceptada y festejada con un pequeño empujón que me los separa un poco más haciéndose dueño también de esa zona.


Lo recibo con un pequeño jadeo ahogado y un abrazo fuerte, de apoyo, tratando de mantener el equilibrio cuando sus acometidas empiezan a ser más rítmicas. Nuestros gemidos borran por completo aquel suave sonido del agua envolviendo el cuarto en música celestial, vaho y líquido.
 

Psique

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