EL TAXISTA
Tremenda la bronca que he tenido con mi novio. Me pone histérica cuando empieza con el rollo de «lo que quieras». ¿Qué hacemos? Lo que quieras. ¿Dónde vamos? Donde quieras. ¿Qué te apetece? Lo que quieras…. Pues vale, para hacer lo que yo quiera ya lo hago mejor solita, así que ahí lo he dejado y me he ido a hacer «lo que quiera».
¡Taxi! Por favor, a una discoteca en la otra punta de la ciudad.
Señorita, no sé a la que se refiere.
A la que usted quiera, señor taxista.
Y esa es la razón principal por la que ahora me encuentro aquí, con el móvil apagado y bailando un tipo de música que hacía años que ni siquiera escuchaba. Salsa. Me he metido en un antro donde los de mi especie, por llamarlo de alguna manera, escasean. Esto está lleno de chicos negros, de buen ver, eso sí, y de latinoamericanos luciendo su arte en el centro de la pista con sus parejas de postín. Todas ellas impecablemente vestidas con sus coloridos trajes de faldas con vuelo que dejan ver sus impecables braguitas a cada vuelta.
Me he acercado a la barra a por un whisky en vaso ancho y poco hielo. ¡Qué bien me está sentando!. Ninguna cara conocida y toda la noche por delante, el sitio me parece perfecto. Varios chicos me han invitado a salir a la pista de baile y me recordaba a las historias que me contaba mi madre de cuando ella era joven donde las decorosas mujercitas se quedaban en un extremo esperando a ser invitadas. No puedo parar de reír y a todos les digo que sí tras advertirles de que soy bastante torpe y de que no he bailado eso en mi vida, pero como ellos insistían yo asentía. Bachatas, roces, sensualidad y magreo. Después de acabar mi segunda copa y un poco cansada de hacer como que bailaba, no he conseguido enlazar dos pasos seguidos, he decidido irme a casa. ¡Mis pies!
¡Taxi! Por favor a mi casa.
Tienes pinta de agotada, me dice esta vez el joven taxista que me ha recogido, ha debido de ser una noche movidita.
Sí, lo ha sido, es una pena que tú no estuvieras allí, también hubiera bailado contigo.
No sé por qué he dicho eso, pero en cuanto me he escuchado a mí misma he dirigido la vista hacia el espejito donde sus ojos me miraban con cara de sorpresa y me ha sonreído. Y le he sonreído. Y hemos continuado hablando de su noche, de su trabajo y de que la mía era su última carrera. También él se iba a descansar.
Para cuando hemos llegado era tal la animada conversación que llevábamos que otra vez me he sorprendido a mí misma invitándole a pasar y tomarse una copa antes de irse a dormir. Y me ha sorprendido aparcando el taxi y abriéndome la puerta para ayudarme a salir.
Para ser una situación de lo más excepcional yo me sentía muy cómoda, así que lo he dejado sentado en el sofá y me he ido a la cocina a preparar unas copas que se han quedado sin tocar encima de la mesa, pues en cuanto he llegado de nuevo al salón me he sentado a horcajadas encima de él y le he besado.
Él también se debía de sentir cómodo porque no ha hecho ningún gesto de disgusto, todo lo contrario, ha puesto sus manos sobre mi culo y ha comenzado a moverme, frotando su sexo contra el mío con fuerza mientras me devolvía el apasionado beso.
Al separarnos y mirarnos, los dos hemos sonreído. Me ha asegurado que era la primera vez que le pasaba algo así y yo le he dicho que a mí jamás se me hubiera ocurrido invitar a entrar en mi casa a alguien que no conocía. Mientras él continua meciéndome yo, que voy notando como se endurece, le empiezo a desabrochar la camisa poco a poco y continuo con el pantalón hasta donde llego. Tiene un cuerpo espectacular. Me dan unas ganas locas de apretarme contra su musculoso pecho así que, sin apenas moverme, me quito la blusa y el sujetador y dejo que mi pecho roce el suyo generando una sensación de calor entre ambos que nos agita la respiración.
Sus curtidos brazos de gimnasio me levantan al vuelo, no puedo separarme de él, seguimos besándonos con ardor y me agarro fuerte con mis brazos a su cuello y con mis piernas a su cintura por miedo a caerme cuando se levante del sofá conmigo encima. ¡Por favor, me tiene a mil!
Mi faldita, ya corta de por sí, está arremangada en la cintura y su pantalón desabrochado se va deslizando por sus piernas hasta quedar a la altura de sus rodillas. La situación resulta un poco cómica pero nos da igual, sus besos cada vez más fuertes y salvajes empiezan a ser acompañados por pequeños bocaditos en mis labios ya hinchados.
Al final del pasillo, consigo decir, pero no nos da tiempo y me empotra contra la pared del salón. Me mantiene allí con un solo brazo mientras que con la otra mano se las ingenia para sacar su polla atrapada y metérmela por un lado del tanga. Estoy tan mojada que entra con una facilidad sorprendente. Me tiene literalmente clavada mientras se mueve con dureza entrando y saliendo de mí con sus manos apoyadas en la pared. Ese movimiento origina que mis tetas sigan en un roce continúo y que mis duros pezones se froten con los suyos. Está follándome a pulso con tanta potencia que quiero quedarme a vivir ahí, empalada y gimiendo como una loca. Sus embestidas me taladran y tardo tres segundos en llegar a mi primer orgasmo.
Se ha dado cuenta y me ha bajado con tanta suavidad que me ha sorprendido por la fuerza con la que había hecho todo lo demás, me ha cogido de la mano y, ahora sí, nos hemos ido a la cama.
El segundo y el tercero han sido tan bestiales como el primero, me toca con suavidad pero me folla con ímpetu. Parece que nunca se va a cansar y yo estoy destrozada, literalmente. Cuando acabamos el cuarto y la luz del día ya ilumina la habitación decide que es hora de marcharse, pero no sin antes darme un apasionado beso de despedida y dejarme, encima de la mesita, un papel con su nombre y su número de teléfono anotados.
Desde luego no es el del Radio-Taxi.
Psique