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SEXO ENTRE AMIGOS
¿Cenamos esta noche?, me preguntó Dani cuando descolgué el insistente teléfono.
No, la verdad es que no me apetece salir, preferiría quedarme en casa y descansar, ha sido una larga semana de trabajo y estoy rendida, le dije al momento.
Dani es un gran amigo, de esos a los que le cuentas todo, hasta lo más íntimo, porque te conoce y nunca te juzgaría. Nos conocemos desde hace años y siempre ha sido mi compañero de fiesta, mi paño de consuelo (y desconsuelo) y la causa de mis risas cuando lo que necesito es llorar. Ha conocido a casi todos mis amantes, esporádicos o más duraderos, igual que yo a las suyas.
Hemos llorado juntos, hemos reído juntos, nos hemos emborrachado juntos y nos hemos ido de vacaciones juntos. Se podría decir que hasta ese momento lo habíamos hecho casi todo, juntos.
Pero ese día no tenía ganas de ver a nadie, y él lo entendió, así que me deslicé tranquilamente en el sofá mientras me iba poniendo al día de los últimos acontecimientos que habían ocurrido en su vida. Cuando colgué el teléfono cogí el mando y al encender la tele me encontré con una escena de una pareja besándose apasionadamente. Sentí ganas de acariciarme por debajo de la manta con ese simple beso. Necesitas sexo, pensé.
Con una simple visión y un simple pensamiento, cerré los ojos y me imaginé a mí misma besando con esa pasión a un guapo chico con incipiente barba que me dejaba un surco de pequeñas heridas en la barbilla por el roce de su bello luchando por salir y nuestras salivas mezclándose entre sí.
No sé cuánto tiempo estuve perdida en mis pensamientos. Fue el timbre de casa lo que me despertó del ensimismado momentazo.
Era Dani. En una mano llevaba una bolsa de comida de cualquier restaurante, en la otra una botella de vino y en su cara una enorme sonrisa cuando me apartó de un suave manotazo para entrar en casa y acomodarse directamente en el sofá.
No te voy a dejar aquí sola, loca. No tenía plan para hoy y no iba a dejar que tú me fastidiaras el que más me apetecía. Así que, aquí estoy, vamos a cenar, dijo de tirón sin perder la sonrisa.
Cenamos, nos bebimos el vino, otra vez nos bebimos el vino, y luego se levantó a preparar unas copas que también nos bebimos.
Así andábamos cuando me contaba el lío que había tenido el viernes anterior, un polvo rápido en un garito de mala muerte con una golfa de tres al cuarto. Entre carcajadas influenciadas por la ingesta de alcohol y las desmesuradas maneras que utilizaba gestualizando los movimientos de aquel polvo rápido, acabamos los dos en la alfombra desternillados.
Yo caí primero, el cayó encima. Nos miramos y dejamos de reír. No pude evitar pensar en mi estado unos minutos antes de que apareciera por la puerta, y tampoco pude evitar besarlo aprovechando la cercanía de sus labios a los míos.
Nuestras cómplices miradas se cruzaron y me devolvió el beso al mismo tiempo que me subía la camiseta en un arranque de pasión. Me extirpó el sujetador, como quien dice, y me volvió a mirar fijamente antes de volver a su desenfrenado quehacer. Me chupaba los pezones con tanta fuerza que me daban espasmos en la espalda, sus dientes se clavaban por todas partes mientras me empujaba contra el suelo.
El momento de desconcierto pasó pronto, apenas duró unos segundos, y lo abracé con mis piernas, le rodeaba la cintura aprisionándolo contra mi sexo para notar esa sensación de endurecimiento en su miembro que casi me vuelve loca y, también yo, le arranqué la camiseta.
Me aplastaba contra el suelo, era algo salvaje y me gustaba. No quería pensar en nada más, solo en sus caricias, sus bocados y su presión que apenas me dejaba respirar. Aguanté cuanto pude hasta que, en un acopio de energía que no sé muy bien de dónde salió, lo retorcí con mis piernas y la parte superior de mi cuerpo, hasta que conseguí doblegarlo y dejarlo en posición de K.O. técnico.
Nos volvimos a reír y nos volvimos a mirar. Ahora yo sentada sobre él y alejando su cara de mis tetas manteniendo una mano firme sobre su pecho, fui yo la que empezó a quitarle los pantalones para liberar su, ya en este momento, enorme pene. Bailé sobre él, le sonreía como haría una niña traviesa y jugaba a que no me podía tocar, pero no duró mucho.
Cuando consiguió incorporarse, lo demás pasó muy deprisa. Se las ingenió para quitarme los pantalones del roñoso pijama que llevaba puesto y me acarició con tanta brutalidad que casi me hace correrme en ese momento. Estábamos bastante bebidos y no nos importaba nada así que me volví a despojar de sus garras y le dije que yo también quería jugar, le hablaba mientras le acariciaba con la misma cadencia que lo hacía él. Rápido, fuerte, presionando y disfrutando. En el momento en que me metí su polla en la boca y pudo notar que mis dientes iban a ir por el mismo camino que mis manos se puso alerta y eso nos hizo volver a soltar otra carcajada. En cuanto se nos pasó nos relajamos un poco y todo fue sobre ruedas. Tras ponerlo a mil con la boca lo monté con avidez, como si llevara meses sin follar (que probablemente los llevara pues no recordaba la última vez). Y dejé que me llenara toda, que me llegara lo más hondo posible, que me embistiera desde el suelo mientras yo hacía fuerza para que no levantara mis rodillas del suelo.
Siempre había creído que era incapaz de mantener algún contacto sexual con cualquiera de mis amigos, y más aún si pienso que la mayoría de mis amigos son del sexo masculino. Pero esta fue la primera, no la última, vez que lo hicimos y puedo asegurar que nuestra amistad se ha ido consolidando con estos encuentros.
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