top of page

I'm a blank item. Double click to Edit.

Please reload

LA NEVERA

Soy salmantino, me llamo Jorge y tengo 38 años. Estoy en un supermercado decidido y predispuesto a hacer la compra que debí hacer hace un par de semanas. En mi nevera cohabitan un par de cervezas de marca ilegible que alguien debió traer en la última fiesta y unos cuantos ajos que decidí guardar ahí porque nunca he sabido donde se almacena este… ¿alimento?

 

En mi carro ahora mismo hay más cervezas, de las que me gustan, una especie de red morada repleta de más ajos, por si es necesario rellenar espacio en esa nevera, nachos, algo de fruta y varias botellas de licores aleatorios que he ido metiendo por selección de colores.

 

Mientras divago revoloteando en el razonamiento que tuve la última vez que vine a comprar y decidí que cuando lo volviera a hacer, es decir, ahora, trataría de hacer una compra razonable, duradera, con sentido y, sobre todo sana, mi penoso carro choca contra una estantería que hace diez segundos no estaba ahí. Los botes de tomate caen al suelo y siguen rodando como almas en busca de sus luces por donde escapar a un paraíso mejor. Siguiendo su trayectoria, mis ojos quedan pegados a un bonito culo que, frente a mí, luce con todo su esplendor.

 

No sé exactamente cuánto tiempo pasé ahí, mirándolo, sin poder despegar la mirada. Supongo que todo el tiempo que pasó hasta que se dio cuenta que la estaba mirando y no hacía nada por ayudarla. Se había agachado rauda a ayudarme para intentar arreglar el desaguisado que acababa de provocar, y yo, en vez de dedicarme a recoger, me quedé como un pasmarote mirándola.

 

Mi cabeza me ordenaba una cosa pero mi cuerpo empezó a actuar por libre y dejó de escucharle en algún segundo, no sé cuál, transcurrido desde que moví el primer músculo hasta que llegué a ella por detrás colocando mi mano en su hombro y mi boca en su oreja… y le suspiré.

 

Su cara de sorpresa pronto fue amueblada con una amplia sonrisa acompañada de un brillo en sus bonitos ojos marrones. No pude resistirlo, no sé muy bien porqué actué así, pero la cogí por la cintura, la devolví a su posición inicial y me coloqué detrás de ella apretando mi abultada bragueta sobre su holgada falda. Fue algo instintivo y primitivo, pero su reacción me vino tan de sorpresa como la mía propia, cuando siguió recogiendo los botes de tomate, contoneándose pegada a mí.

 

La empujé, quise hacerla caer, pero ella no se inmutó, mantuvo la presión que le estaba ejerciendo y, empujando hacia mí, siguió moviéndose hasta que decidió levantarse, probablemente porque ya no quedaba más tomate a su alcance sin tener que modificar su postura. Me cogió de la mano y me llevó hasta el pasillo donde estaban los productos de higiene femenina, me colocó frente a la estantería y, colocándose frente a mí, me miró con lo que yo entendí como la más bella mirada lujuriosa que jamás he visto.

 

Hasta ese momento no había sido consciente de que era poseedora de unos enormes pechos que pugnaban por salir de un escote que no dejaba espacio a la imaginación. Por lo menos a la mía.

 

Se acercó un poco más, su boca acarició el lóbulo de mi oreja izquierda devolviéndome el suspiro que, sin ser consciente de ello, yo ya le había adelantado, y pegó sus enormes pechos a mis costillas. Sus manos aparecieron en mis caderas mientras sus pechos se iban deslizando hacia mi cintura. No entendía muy bien lo que estaba pasando y pensé en mi carro de la compra, fue un pensamiento fugaz porque cuando creí recordar dónde había quedado, sus pechos estaban rozando mi polla y, a modo de menosprecio, siguió deslizándose por mis muslos.

 

Lo mejor estaba por llegar. En el mismo momento que noté sus pechos, apretando, duros y ceremoniosos redibujando mis cuádriceps, un pellizco hiriente me hizo volver a centrar la atención en mi, anteriormente repulsada, erección.

 

No sé cómo se las había ingeniado para bajar mi cremallera, pero en ese mismo momento fui consciente de que me la estaba comiendo, ¡no me lo podía creer!. Su boca succionaba con energía mientras su lengua jugueteaba con la punta de mi polla. Sus manos jugueteaban con mis atributos inferiores y yo no me había dado ni cuenta. ¿Qué había pasado? Sin duda era la mejor mamada que me habían hecho en mi vida. La tía sabía lo que se hacía y mi mente, bloqueada con el choque del carro de la compra con la estantería de los tomates, no había asimilado todavía lo que estaba pasando.

 

Aparté como pude su cara de mi grandioso reconocimiento y, mientras cogía la batuta de la situación, era ella la que empezaba a mostrar extraños perfiles de incomprensión en su rostro. Busqué el borde de su falda, lo bajé con gran facilidad y mi desconsuelo me sobrevino cuando mis dedos recorrieron el camino inferior de su ombligo para llegar a su sexo y al notar la humedad que arrugaba mis yemas, supe que el borde de la falda era el equivocado.

 

Ella, más cachonda que yo incluso, no dudó en buscar una pequeña cremallera, oculta para la visión humana, la bajó y dejó que la falda, con todo su vuelo, se deslizara hasta los tobillos de su dueña dando tregua y oxígeno a mis entumecidos dedos.

 

Allí mismo lo hicimos, ella empotrada a una estantería repleta de compresas y yo empotrado en ella. Tres empujones fueron suficientes para sacar todo lo que, desde hacía rato, pugnaba por salir. Con un gritito de placer por su parte y un rebuzno por el mío, acabamos mirándonos a los ojos y sin decir nada más se subió la falda, yo la cremallera y volvimos a por nuestros respectivos carros como si allí no hubiera pasado nada.

 

Ese día, sin duda, hice la compra más razonable de los últimos meses y mi nevera nunca más fue armario para ajos.

 

Afrodita

 

 

 

 

Relato erótico

 

bottom of page