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El mantis

 

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CAPÍTULO 1

La primera vez nunca se olvida. Yo no puedo ni olvidar ni recordar porque para mí siempre es la primera. Ninguna de mis mutaciones es igual a la anterior. Todas son la primera vez. Bien es cierto que aquella Fanta de naranja marcó un antes y un después en mi vida, que pasó de la frustración de sentirme un incomprendido a transformarme en un individuo destinado a vivir experiencias que van más allá de lo comprensible. A pocas personas en su sano juicio se les ocurriría abrir y beberse una lata de refresco encontrada en una máquina de vending rescatada de una de las salas de personal de la central de Fukushima y mucho menos masturbarse mientras contemplas el poster semi destruido de Ayumi Hamasaki, pero yo lo hice. La reacción con el paquete de Mentos que me había tomado y los antihistamínico que forman parte de mi tratamiento contra la urticaria acuagénica causaron efectos irreversibles en la composición bioquímica de mi naturaleza. Ahora soy lo que soy y he de vivir con ello.

 

William es una abeja obrera en un panal de alto rendimiento. Nos encontramos en un crisantemo marchito cuando yo aún me observaba y no creía lo que me había sucedido. Él, preocupado y cariacontecido, apenas reparó en mi presencia en primera instancia. Desorientado yo y hastiado él entablamos conversación sin casi darnos cuenta de quienes éramos uno y otro. El deseo de compartir su cuitas me llevó de inmediato a involucrarme en su problema, y ante la descomunal estructura insectaria que se presentaba delante de sus antenas, decidió casi de inmediato que era la solución perfecta a los problemas de la colmena.

 

La reina, insaciable en su apetito sexual, mantenía en esclavitud continua a todos los miembros activos y pasivos del panal. Zánganos y obreras, pasaban una y otra vez por la piedra de su incontenible deseo. Nada parecía satisfacerla y el rendimiento en la producción disminuía ante el cansancio de todos los que allí vivían e intentaban mantener a flote el negocio. William, que insistió encarecidamente en que no le llamara Willy, vio en mi enorme miembro la respuesta a la avidez coital de Fornicia, la reina del panal.

 

Tu aspecto autoritario, la fortaleza de tus alas y esa maravilla que atesoras entre tus patas la harán desearte desesperadamente, me decía, y a bien seguro que la dejarás exhausta y complacida tras embestirla una y otra vez con la potencia de tu sexo. Se sentirá una de tu especie, e intentará controlar los nervios de tu ganglio abdominal devorando tu cabeza para que nada inhiba tus movimientos copulatorios. Sabe que es la forma de convertirte en una máquina del sexo.

 

Sus palabras surtieron efecto inmediato. Mi ego se vio recompensado olvidándome de que yo ya no era el pusilánime entomólogo becado para investigar los efectos radiactivos en los insectos de Japón después del accidente nuclear, sino que era un macho de mantis religiosa dotado con un descomunal pene. Fornicia sería mi traviesa Ayumi y yo la iba a satisfacer hasta que la miel corriera por su entrepierna como si de la erupción del Fujiyama se tratase. 

 

 

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Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6

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