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El fornicidio

 

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CAPÍTULO 2

Trazado el plan, nos dirigimos hacia la colmena. Era muy extraño no ver prácticamente a ninguna abeja revoloteando por las inmediaciones del panal. Fornicia ejecutaba a toda aquella abeja obrera que tenía visos de convertirse en futura reina. Se aprovechaba de su desarrollado aparato bucal para que sus lenguas también participaran en la orgía, obligándolas a lamer su sexo para obtener un néctar que poco las iba a alimentar. Las restantes trabajaban en el interior con el único propósito de dar sustento a los zánganos fecundadores más activos. En cuanto flaqueaban y no cumplían con los requisitos fornicadores que ella demandaba, se les expulsaba y morían de hambre. La calidad de los huevos era paupérrima, y Fornicia se los comía para mermar las posibilidades de que naciera una obrera capaz de hacerle sombra. La colmena se dirigía a su irremediable fin. 

 

Ante la imposibilidad de poder entrar debido a mi tamaño, urdimos un plan para que ella saliera. Por entre las celdas del panal introduje mi fabuloso pene erecto untado con grandes cantidades de jalea real que Willian previamente me había proporcionado. En ese momento la libidinosa reina estaba siendo sodomizada por un enorme zángano, casi un abejorro, mientras que otras obreras chupaban sus patas y lamían su aparato reproductor. La visión de la punta de mi endulzado pepino llamó su atención irremediablemente y con una fuerte sacudida se deshizo de todos los actores de la bacanal. Apenas unos segundos después, sentí su boca succionando casi con desespero y mi yo humano se contrajo de placer de tal manera que creí que el disparo iba a ser inmediato. ¡Aguanta! Me gritaba William, saca el cañón poco a poco de la celda y arrástrala hacia ti. Me concentré en el plan e intenté huir de las sensaciones placenteras. No era Ayumi quien me hacía la felación, como imaginaba en la fantasía que me dominaba, debía ser consciente de la realidad.

 

La treta surtió efecto y Fornicia salió. Poseída por una lujuria incontenible, ignoró el peligro y comenzó a frotarse contra mí con movimientos incontrolados e inmediatamente me vi agarrándola por las antenas mientras la embestía una y otra vez. Los zumbidos se transformaron en auténticos gritos de placer. Extendía las alas como pidiendo más, casi suplicando, mientras su boca se acercaba peligrosamente a mi cabeza. William danzó zumbando desesperado para comunicar a los zánganos y a las obreras el mensaje de insurrección. Era el momento de atacar.

 

Estaba agotado, me dolía el abdomen y sentía un tremendo escozor, fruto, claro está, de mi falta de experiencia y rodaje. Pero seguí y seguí, casi con brutalidad, y Fornicia disfrutaba aún más con la potencia que desplegaba mi ariete. Una vez las abejas hubieron salido al exterior, se paralizaron ante el espectáculo que tenían frente a sí. Retorcida de gusto, babeante y fuera de sí, Fornicia alcanzaba el orgasmazo de su vida, ante lo que el resto de la colmena no se quedó indiferente. Hartas de sufrir por lo no deseado, decidieron al unísono gozar por una vez de lo que nunca habían tenido, así que asaetearon a la monarca con sus aguijones hasta conseguir que se desacoplara de la fuente de su dicha, y se abalanzaron contra mí exigiendo recompensa. Súbitamente me encontré con cientos de zánganos alrededor de mi trasera. Se golpeaban unos a otros para poder sodomizarme, mientras las obreras se asían a mi poderosa a la vez que ya maltrecha arma libándome con desenfreno. Iban a descabezarme, tanto por arriba como por abajo, y fue entonces cuando los efectos de la síntesis química desaparecieron recuperando mi forma humana.

 

No sé como llegué hasta allí, pero me encontré semidesnudo en mi habitación, con los ojos posados en la pantalla de mi ordenador, ante el último video clip de Ayumi en Youtube, sudando como un esquimal en Écija en el mes de agosto y con la entrepierna como el anuncio de la Granja de San Francisco.

 

 

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Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6

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