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Súbete a mi moto (parte II)

 

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CAPÍTULO 4

En mi vuelo de huida a la desesperada calculé mal velocidad y distancia, y fui a darme de bruces contra el macetero del ficus benjamín de plástico que franqueaba la puerta del edificio de la gasolinera. Aturdido y desorientado, permanecí sobre la tierra del tiesto, oculto tras las hojas. Mientras me iba recuperando veía como Elrieke miraba a un lado y a otro buscándome a mí y una explicación de por qué toda mi ropa estaba esparcida por el suelo junto a la moto. Comprobé con horror que la recogía y se marchaba. Mi razón me decía que debía volar hasta casa porque en cualquier momento recobraría mi forma humana, y cuando eso sucediera, estaría completamente en pelotas.

 

Literalmente me fui volando de allí. Atajé de la mejor manera que supe, intentado visualizar el camino por direcciones diferentes a las del tráfico rodado pero perdía la concentración debido al peso de mi enorme atributo que me mantenía en un vuelo errático. El lastre que llevo conmigo descompensa mi estructura que no es precisamente todo lo aerodinámica que debiera.

 

Tan fuera de control iba que sin darme cuenta atravesé una transitada carretera. De repente sentí que me volvía a empotrar. El impacto fue tremendo. Cuando recobré la consciencia quise volver a perderla al ver lo que tenía delante de mis ojos compuestos. Me había quedado pegado en la visera del casco de un motociclista, y sí, no era otro que la mismísima Elrieke. Giré como pude mi cuerpo hasta la zona superior del plástico de la visera hasta quedar apenas visible. Me agarré con todas mis fuerzas deseando que parase en un semáforo o llegara a su destino. Tenía un ala maltrecha y no podía volar. Si me soltaba caería al asfalto y terminaría hecho un sello bajo la rueda de cualquier vehículo.

 

Elrieke llegó a su casa. Bajó de la moto, se quitó el casco y se lo colgó en la muñeca. Afortunadamente no se percató de mi presencia. Entró en casa y nos dejó, al casco y a mí, sobre el sofá. Acalorada se despojó de la cazadora y con un gesto rápido se liberó de la camisa y del sujetador. Sus pechos quedaron desnudos ante mí y me olvidé de cualquier dolor que sintiera. Lo que sí sentí fue que el pesado timón que me impedía volar grácilmente cobraba vida propia y se empinaba en dirección a la magnífica imagen que teníamos ante nosotros. Se giró y empezó a quitarse el pantalón de cuero. Dos nalgas duras y pulidas como bloques de mármol acentuaron la erección.

 

Sé que aún se pregunta cómo es que al volverse me encontrase allí totalmente desnudo sujetando el casco sin manos, pero aquello la puso tan caliente que decidió no hacer preguntas y ocupar el lugar del protector de su cabeza.

 

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Capítulo 4
Capítulo 5
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