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Historias de Concha 

 

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Capítulo II

Cuando les conté a las de la pelu lo de Supermán, les hice jurar que no se lo dirían a nadie.

 

Este sábado me apunté a la excursión a El Corte Inglés. Vamos los del pueblo en autobús y a la vuelta nos paran en un merendero para el baile y la venta de sartenes. Cuando llegué a mi asiento y vi a la Asun al lado me llevé el disgusto de mi vida. Sin querer me llevé el dedo al sitio de la cabeza en el que guardo el recuerdo de aquella vez de niñas que terminamos a pedradas, y vi que ella hacia lo mismo.

 

Estaba hojeando una revista y me salta un reportaje sobre Supermán. Oigo perfectamente la risilla ahogada de la Asun que me está mirando por encima del hombro. ¡Qué rabia me dio!

 

En cuanto bajamos del autocar le di esquinazo. Por fin en El Corte Inglés me fui directamente a por la batamanta para Mariano que es muy friolero, pero me salta a la vista una oferta que no podía pasar de largo: Las zapatillas con calefacción de placas solares incorporadas. Total que después de rebuscar y rebuscar solo encuentro una zapatilla izquierda del número 37 que es el mío. Con ella en la mano alzo la mirada y veo a la bruja de la Asun con la zapatilla derecha y una media sonrisa, que para colmo me tararea la musiquilla de Supermán. ¡Qué coraje me dio! Se me subió todo el calor a la cara, di un alarido y eché a correr tras ella. Cómo me vería que salió corriendo ella también. Persiguiéndole llegamos hasta los probadores de la sección tallas grandes que son más amplios que los normales. Fui abriendo las cortinas una tras otra para ver dónde se había metido esa zorra entre los gritos de pavor de las gordas. Madre mía, que carnes se encuentran en esa sección. Por fin di con la Asun escondida en el último probador. Entre sus jadeos y mis resuellos no era cosa de ponerse a hablar, por lo que directamente le metí un empellón contra la pared, ella no se quedó atrás empujándome. Intenté quitarle mi zapatilla a tirones e incluso dándole un par de sopapos con la zapatilla izquierda a lo Krushev.

 

Nos agarramos y rodamos por el suelo. Entre gemidos y resuellos parecíamos dos alimañas. Intenté darle unos buenos pellizcos en salva sea la parte con la mejor técnica de sor Annunziatta, pero no sé si atiné bien, porque la Asun se puso a gemir como una posesa, parecía que le gustase. Para mi sorpresa, noté como metía su mano libre bajo mi refajo (la otra seguía aferrada a mi zapatilla) y mientras usaba sus malas artes noté que me tensaba como un arco hasta que no pude más y de repente todo mi cuerpo se liberaba como si se hubiese soltado una flecha. Me oí a mi mismo gimiendo como una puerca sudorosa. No podía levantarme del suelo y la Asun yacía a mi lado en igual estado. Nos miramos estupefactas por lo que había pasado. Yo me recuperé primero, me estiré los faldamentos, recogí ambas zapatillas que habían caído en la brega y toda digna me volví antes de salir del probador para decirle “idiota” e irme aún acalorada a por la batamanta de Mariano y a pasar la caja. El resto del día lo pasé diciéndome para mí: “¡Qué fuerte, qué fuerte!” Esto a las de la pelu no se lo cuento ni loca. 

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